Misa Final con Serpientes en la Juntada Nudista

Los cuerpos cantaban. Hablamos de cualquier cosa, comimos, charlamos, apagamos las luces para ver algo en la computadora.

Pero los cuerpos gritaban, los sexos se pusieron a brillar. Los penes querían ir de visita a los recónditos más oscuros del bosque, ellos solos jugueteaban, serpenteaban, se lubricaban; se procuraban una familia, una madre, que fecundaban en sueños, y entonces se recreaban a ellos mismos, saliendo hermosos, enormes y divinos, del seno de sus madres.

Salían ya circuncidados, y con el borde del glande labrado con topacio y oro; el repulgue había sido estilizado, parecían confituras, alhajas, herencias antiguas (sin duda), la dote de la novia, con glasé de diversos sabores que todos querían probar.

Por las dudas, yo me persigné tres veces, ¡habían habido tantas transformaciones!

Entonces, en la oscuridad, giré. Me quedé duro, erecto, petrificado, en el instante que vi a mis amigos me quedé lacio y de perfil. Solos, habían comenzado la novela, escribiendo con tinta espesa en un libro de paja.

Atónito, los vi entre las sombras, vi cómo las siluetas comenzaron a morderse, a probarse, a doblarse. El glasé rozaba contra el glasé, los sacramentos se rozaban, el topacio se frotaba contra el oro, y había algo que vigoroso se expandía y ondulaba.

Al rato, junté más fuerzas y volví a mirar. Parecían dos serpientes.

El cuerpo de uno llenaba todos los orificios del otro, que eran varios. Los cuerpos anudados, entrelazados. Penetrándose mutuamente. Era imposible discernir dónde terminaba el cuerpo de uno y comenzaba el cuerpo del otro.

¡Hasta parecía que habían más! El nudo continuó, creciendo y creciendo, dando chillidos, dando aullidos pequeños de placer. Yo me tuve que mudar a otra parte. Pero cada tanto, en las noches solitarias y frías, vuelvo a ese nudo para poder recordar.

(c) Ricardo Ortiz

 

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Matrimonio celeste e increíble

A eso de las diez y cuarto de la noche, yo bajé del altar. La noche hervía con un sol en el medio de su sexo. Yo venía desnudo de un casamiento entre mariposas, me tocaba y yo así lograba abrillantar unas brujas, que a casa de mi sol no podían verme ni tocarme.

Yo bordeaba el bosque, casi flotando y desnudo sobre el camino de piedras. Las flores se incendiaban pronunciando mi nombre, pero yo era de todos, yo era de nadie, del viento.

 

Entre mis piernas, en el medio de mi sol, se hizo la tormenta. Llantos, temblores, víboras. ¡Todo aconteció!

Subí al cielo, hecho de estrellas, el Universo se quejó porque perdió muchas estrellas que fueron a parar a mi pene.

 

Uñas. Lenguas. Dientes. ¡En el cielo de la noche nada estaba prohibido; hasta un brujo me hechizó! Pasé por tantas llamas que me quedó la flor abierta.

Yo cazaba intemperante.

Pero cansado, volví al cielo, a ese lugar donde una vez estuvo ese luminoso brevaje. Fue en el incendio. El incendio que había generado al ascender a los cielos.

Me concentré. Restauré todo.

¡La magia fue tan potente que me olvidé de todo! (¿Y quién escribe esto?)

Empujé con furia. Me penetré, pestañeé, salí. Yo gritaba. Nada me respondía.

La música del tiempo: muda; hechizada por mi astucia. Mi pene golpeaba el suelo, hacía «Tic, tac, tic, tac«. Marcaba el tiempo durante el que gozaban las estrellas.

Me incendié, nuevamente. Volví el tiempo, nuevamente. Y así.

 

Hasta que regresé al casamiento de las mariposas, que estaban hechas de fuego y de estrellas.

Era una raza perfecta: no habían hombres ni mujeres. Iban desnudas a cualquier lugar, cantando, volando, aunque por su elevada telepatía, prescindían del lenguaje y del tiempo, pero no del sexo.

—¿Les comenté que yo tengo alas? —le dije a un par de lobos, pero ellos rieron. Así que los maté. Con una lluvia de cometas.

Luego, masturbándome mientras flotaba, me dirigí al casorio.

Los enamorados estaban entre los dragones, dándose abluciones azules. ¡Vibré!

Todos miraron mi pene, que cantaba como un violín, que vibraba como una mandolina tocada por un demonio. ¡Transpiré!

Todas las mariposas me chuparon el sol que llevaba entre las piernas.

Y yo me incendiaba, subía al cielo, volvía al suelo y volvía a vibrar, para que me chuparan los soles…

 

¡En un ciclo que perduró por siempre!

 

FIN.

 

© RICARDO H. ORTIZ

Arma de Penetración Masiva

 

Teníamos sexo en el aula mientras el profesor daba clases. Ahí estábamos los dos, dale que dale, y el profesor hacía un despeje en un desarrollo matemático, mientras nuestros compañeros nos retrataban y nos sacaban fotos con los celulares. Era en la clase de números complejos. ¿O fue en la de Física, donde todos estudiamos el rozamiento?

Todos los cuerpos cuando se calientan se dilatan, dijo el profe, y se dirigió erecto a mi ano para meterme dos dedos.

Sentí sus manos peludas, la rugosidad de su piel, su entrepierna abultada, sus grandísimos dedos. Pensé que eran cuatro o cinco dedos, pero luego los conté cuando los sacaba y los metía. Eran dos.

Mis compañeros también metían y contaban, entre ellos.

Y yo fui del Profe, tres, cuatro, cinco veces.

 

FIN.

Imagen: via George Quantaince

La Tormenta

"Dream on", by Gisela Giardino (image via Flickr)

 

Soñar que estás solo en tu casa. Parte de la mansión se volvió poesía. Portales doblemente misteriosos te llevan al tiempo y al lugar donde esa persona te esperaba por siempre.

 

Ladrones.

En el corazón del lugar, ladrones. Poco haces para que te importe o deje de importarte. Estás vestido de duelo y ya no hay hechizos de luces circulares que ascienden al cielo curando al mundo. No obstante de esta magia perdida, entran los ladrones.

–Señor, señor, por favor, no me robe.

–¡Vengo a tomar lo que es mío!

Y se llevan tu corazón.

 

Quizás hubiera sido preferible que te violen para no seguir la línea familiar de hielo de inútiles estalagmitas. Cuando cierras los ojos, todos los cuadros y libros del mundo abren los ojos.

Pero sigamos con mi destino:

Poco ya importa el dinero –la voz de un ángel dice–. ¡Tu noche es mi noche pero la nada es mía!

 

Entre dos ladrones: yo a punta de escopeta; era de noche, pero yo veía como en el día.

Se van los ladrones con mi corazón gigantesco, mi cerebro mutante y algunas joyas, por demás prohibidas. Dejan violada la puerta de entrada a mi casa-poema. Ahora mi mansión se vio disminuida a un simple departamento.

 

Lloro. Llamo a mis familiares. Específicamente a mi padre, que vive en el mismo edificio pero que siempre está increíblemente lejos.

El carrusel en mi cabeza esperaba que viniera la familia toda, pero nadie llegó. Él estaba muy preocupado sonriendo con otras familias y jugando con otros niños. Cerraba los ojos y lo veía a lo lejos, se tiraba con patitos de hule y trajes de baño con otros tres o cuatro niños rubios y de ojos azules. Temí que en algún momento él les tatuara una cruz svástica.

 

Finalmente llegó. Le digo cualquier cosa menos lo que soy. Le cuento cualquier cosa menos que me robaron. De todas maneras, poco le hubiera importado el destino de mi casa-poema y jamás él había visto estas joyas.

¡Pero esperen, oh, tengo madre!

 

Voy a la heladera donde ella duerme desnuda y le cuento todo a esa estalagmita cuando abre los ojos.

 

 

© RICARDO H. ORTIZ

Sexo con poderes mágicos

Sylvanas (Castle Age Hero) by Genzoman

 

Se perseguían desnudos por todo el departamento a la velocidad de la luz. Era muy difícil atraparla, apoyarla, penetrarla y cuando él lo lograba, ella se conviertía en murciélagos con ojos rojos que le chupaban la sangre.

Él se cansaba, se tiraba un par de auras y pronunciaba varios encantamientos para la celeridad, fuerza, destreza y excitación. No se sabía si quería hacerle el amor o matarla. Y dejarla ahí, desmembrada y desangrándose en la cama.

¡Pero ella revivía, siempre! Se levantaban sus cenizas en el aire, y entre su carcajada y el coro de ángeles (dominados por ella) uno podía confundirse. Entonces él la atacaba nuevamente con fuego, aire, agua, tierra, ¡vergas! Flotando en el aire, invocó mil espadas mientras gritaba: ¡Muere!

 

Ahora ella revivía por tercera o cuarta vez, y estaba desnuda, sólo usando un collar de esmeraldas. Entre sus tetas, su talismán hervía de magia. Del aire generó un báculo de oro, hielo y polvo de diamantes. ¡Y lo atacó con una tormenta de rayos!

Lo mató, lo revivió, lo continuó matando. (En la cama, siempre)

¡Hasta que se sentó sobre él y le hizo la más poderosa de las magias!

 

Y cuando ella hubo acabado, no lo revivió. Sólo lo colgó en el cielo, honrando el poderoso orgasmo.

Luego, salió caminando desnuda a la calle para buscar a otro. Ella era perfeccionista: siempre buscaba otro para terminar el dibujo de alguna constelación.

 

(C) RICARDO H. ORTIZ

Para un unicornio de luz que se refugió en las sombras

 

 

Esta mañana me levanté con el lenguaje presto y luminoso.

Miles de palabras se frotaban contra mí,
mis sábanas flotaban.

Y yo erupcionaba con un solo recuerdo.

El de tu mirada.

 

 

(C) RICARDO H. ORTIZ.

 

Un poquito de fantasía

Él se lanza desnudo contra el templo de la poesía. Aunque no es su intención entrar, penetrar, su objetivo es hacerse espuma, poema. Pero en su interior se levantan mil muros, él intenta derribarlos, asediarlos con palabras.

 

Yo vine aquí para flotar y encontré sólo muerte. Cantos. Perfumes prohibidos.
Ahora estoy en una iglesia y no ceso de incendiarme.

Viene a besarme un demonio y una prostituta. Me enciende el amor un magnífico par de alas. Y envuelven mi cuerpo desnudo incontables expedientes con el sello de Secretaría Académica. (El templo se hizo casa y luego cuerpo y facultad)

 

 

En el medio del campo tengo sexo con planetas y me muerden las olas. Luego tomo café y veo unicornios. (Un día normal, muy normal)

Pero lo que más miedo me da son los tsunamis de polvo mágico.

 

 

 

(C) RICARDO H. ORTIZ

Robándole hierbas al Dragón

Un sol barre medialunas y escribe los arcanos profanos. Oscurece temprano. Muy temprano.

 

¡Y ese demonio pintando sexos! Mi angustia plateada enmudece al morir como un pájaro de escarcha.

Personas, escaleras de imanes, yo desciendo. Me quedo desnudo y respiro hondo, muy hondo. Buscando la salvación me lanzo desde el trampolín hacia una piscina llena de agua bendita. Pero se hace hielo.

 

 

(C) RICARDO H. ORTIZ