Los Engranajes

Sucedió cuando vi los engranajes del mundo. Yo volaba, yo creaba cosas, las cantaba con el pensamiento y el universo se dirigía a crear. Marasmos, espasmos, desconciertos, asombros. Todo se abría al pulso enérgico e intelectual del alma.

Vi llover signos. Entonces, las dimensiones se abrieron, colapsaron, se dirigieron hacia mí.
-Hemos hecho lo que tú has… -y se abrió el Génesis y el Apocalipsis mental. Y el Universo desde todos lados gritó.

Todo, todo, todo me quemaba. Una erección muy fuerte me conectaba el éter masculino absoluto de la creación. Lumbres inmortales, perpetuas, constantes salían por mi sexo, por mi boca, por mis ojos.

Dios me dio la visión del mundo. Se abrieron las engranajes y las puertas del Gos. Vi dónde estaban albergadas todas las almas. Suspiré, gemí, clamé, bramé.

Creí que mi alma iba a estallar e iba a dar paso a la creación de todas las almas. Mi amor era tan grande que quizás esta vez no rebotaría contra el infinito.

Los engranajes de bronce hermosísimos del Mundo se desplegaron, se desnudaron, se quitaron los ropajes y se pusieron a brillar. Dios me penetraba por los ojos, me hacía el amor por todos los chakras. Yo jadeaba.

No pude más cuando ascendí un escalón más, cuando desapareció la materia. Apreté fuerte mis manos contra el colchón. Satori, nirvana, moksha, todo apareció, todo entró en mí y evolucionó. Kalpas de información traspasándome desde el origen de la sabiduría, volviendo desde el origen del mundo, desde otras vidas, desde otras almas.

La materia se abrió y dio lugar a la energía formando mandalas. Era todo tan bellísimo que yo era la mismísima reencarnación del orgasmo.

Entonces ahí me vi en todas partes: en cada molécula del cosmos, en cada rincón, en todos los lugares yo abrí los ojos. Desde todas las perspectivas posibles, yo me vi.

Y vi los ángeles sobre los engranajes. Como si todos estuvieran sobre ruedas.

Todo era perfecto.
Me abracé, me puse en posición fetal, ascendí, y me fui en el carro.

(C) Ricardo Ortiz

Misa final con los devas

En el amor, lentamente los cantos angelicales se condensaban en forma de telas blancas. Cualquier cosa que se formaba luego de esto, tenía un sentido alfabético, numérico. Algunas cosas estaban cara a cara, en armonía, y otras cosas se formaban de espaldas.

El pensamiento generaba ondas, su aparición inquisitiva trepidaba los cimientos del cosmos, entidades peligrosísimas se manifestaban con una sola pregunta. Asomaban su hocico bestial con una sola pregunta. La catarata irrefrenable de ideas nos hacía el amor a todos con explosiones de imágenes, que eran verdades arquetípicas que luego desearían ser aprisionadas por el concepto.

Cada tanto enjambres de una luz supersexy nos bañaban el cuerpo luminoso, y flotábamos más ligeros, enteros, perfectos, hermosos, súper fieles a esa incesante belleza que incendiaba todos los corazones.

Mucho, mucho amor. Nada concluía nunca. Éramos eternos.

En el amor, creamos bastiones de palabras. Sólo entraba lo volátil, lo fértil, lo bueno, lo sincero. El latido del amor cantaba a través de los corazones, que emanaban luces hermosísimas, blancas, coloridas, invisibles, era una fiesta de colores brillantes, donde nada era arrancado, nada era despojado, nunca.

Lejos, muy lejos, ya en otras dimensiones, la información fractalizada de la Verdad y de la luz podía ser fraccionada, quebrada, ensuciada, oprimida. Estos sucesos podían durar un breve instante, porque la luz que hasta devora luces iba a abrazarlo y la corrupción era aceptada, liberada, metabolizada, reabsorbida.

Todos nosotros atestiguamos todo lo que sucedía en el Cosmos.

La luz siguió descendiendo, bajando, danzando, creando. Una espiral descendente que a cualquiera lo hubiera vuelto loco pero se puso un límite. Alguien puso un límite y la luz dijo «Hasta acá». Entonces, nada bajó de ese hermoso límite. De ahí en más pudieron haber cosas divergentes.

El mundo estalló en un orgasmo mágico que tuvo lugar en todos los puntos del cosmos.

Y todo se llenó.

Nosotros desde el amor,
seguimos llenando,
danzando,
cantando
y creando.

Amamos todo lo que vive
para que pueda sanar.

(c) Ricardo Ortiz

Misa final con la luna llena

Me masturbé tanto y tan fuerte que había alterado el espaciotiempo. Si alguien me hubiera visto dándome amor, hubiera parecido un momento efímero. Un mal esposo. También esa paja bestial me había teletransportado.

Había estado segundos en un cine porno, en un sauna, había ido a orgías egipcias, griegas y romanas. Los ojos, del color del zafiro más incierto, me llevaron en el medio de un parque. ¿Dónde estaba? Estaba desnudo y con una erección tan tremenda que alteraba la trayectoria terrestre. Si es que había acabado en el planeta Tierra, claro.

Quería saber dónde estaba, pero al dirigirme a las personas acababan violentamente y salían corriendo, húmedos, avergonzados, otros casi riendo o llorando a carcajadas, tapándose el sexo, como nos habían enseñado. Algunos volvían dos o tres veces y acababan tanto, como si nunca hubieran venido. Algunos hasta inventaban nuevos nombres, o volvían a su casa para volverme a saludar.

Y yo triste y erectísimo, con el pene al aire. La larga cabellera parecía de oro, el cuerpo casi flotaba, la piel de mármol, y la luna cada vez más grande en medio de la noche, los lobos aullaban, de mi piel salía una estática azulada, y la luz de la luna bañaba mi cuerpo.

Parecía un dios.
Parecía el mismísimo Diablo.
Tenía el color de ojos y la forma y el tamaño del pene que yo imaginara.

Lo tenía todo.
Y la luna cada vez más grande.
Mi sexo no daba más. Parecía una rosa mística, un rinoceronte gigante.

Todo se iba atrayendo lentamente a mí.
Comencé a flotar. La cabellera subió de mi cintura y también comenzó a flotar. Las hojas comenzaron a caer hacia arriba.

Y yo lloré. No quería coger. Quería amar, hablar.

Y la luna se hacía cada vez más grande.

La Intención de la Sangre

Sucedió un día de muerte.

Yo comía las frutas de las almas. Al morderlas, las almas chorreaban un líquido azul, violeta, suave, espeso; como yemas de huevo que caían como gotitas, como campanillas, sobre mi relinchante cuerpo desnudo.

A cada rato parecía que me iba a evaporar. Toda mi cabeza era un hongo gigante, aceitado, suculento, precioso. Todo mi ser estaba dispuesto para el más furioso de los casamientos.

Como siempre, tenía hambre. Señores desnudos, con sobretodos oscuros, venían a traerme legiones de almas. Yo me relamía, flotaba hacia ellos, con los ojos en blanco y el pene en llamas, como invocando anillos de fuego y aire sobre todo el planeta. Todo mi cuerpo era una supernova. Ya no podía brillar más.

Yo rugía y relinchaba, relinchaba, relinchaba.

Los caballos y los vampiros se desenroscaban en mi sangre.

 

(c) Ricardo Ortiz

 

Immortality

Misa Final con Serpientes en la Juntada Nudista

Los cuerpos cantaban. Hablamos de cualquier cosa, comimos, charlamos, apagamos las luces para ver algo en la computadora.

Pero los cuerpos gritaban, los sexos se pusieron a brillar. Los penes querían ir de visita a los recónditos más oscuros del bosque, ellos solos jugueteaban, serpenteaban, se lubricaban; se procuraban una familia, una madre, que fecundaban en sueños, y entonces se recreaban a ellos mismos, saliendo hermosos, enormes y divinos, del seno de sus madres.

Salían ya circuncidados, y con el borde del glande labrado con topacio y oro; el repulgue había sido estilizado, parecían confituras, alhajas, herencias antiguas (sin duda), la dote de la novia, con glasé de diversos sabores que todos querían probar.

Por las dudas, yo me persigné tres veces, ¡habían habido tantas transformaciones!

Entonces, en la oscuridad, giré. Me quedé duro, erecto, petrificado, en el instante que vi a mis amigos me quedé lacio y de perfil. Solos, habían comenzado la novela, escribiendo con tinta espesa en un libro de paja.

Atónito, los vi entre las sombras, vi cómo las siluetas comenzaron a morderse, a probarse, a doblarse. El glasé rozaba contra el glasé, los sacramentos se rozaban, el topacio se frotaba contra el oro, y había algo que vigoroso se expandía y ondulaba.

Al rato, junté más fuerzas y volví a mirar. Parecían dos serpientes.

El cuerpo de uno llenaba todos los orificios del otro, que eran varios. Los cuerpos anudados, entrelazados. Penetrándose mutuamente. Era imposible discernir dónde terminaba el cuerpo de uno y comenzaba el cuerpo del otro.

¡Hasta parecía que habían más! El nudo continuó, creciendo y creciendo, dando chillidos, dando aullidos pequeños de placer. Yo me tuve que mudar a otra parte. Pero cada tanto, en las noches solitarias y frías, vuelvo a ese nudo para poder recordar.

(c) Ricardo Ortiz

 

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El sexo de los lobos

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Iba desnudo, caminando por el Bosque del Amor. Y supe que era éste porque cuando iba desnudo, sonreí y luego dije: “¡Ah! ¡Es éste el Bosque del Amor!”, y porque mi voz era dorada y generaba campanitas y destellitos en el aire.

Este era el lugar donde todo es posible. Un bosque blanco, perfecto. Un lugar perfecto para la unión.

Una voz, como un ángel se apiadaba de mí: -No dejes que caiga la noche -decía-. Pero… ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Todo se puso negro. Y aparecieron los lobos.
-Al principio son buenos -dijo-. Pero cuando cae la noche, te comen el sexo. Y el amor.

Seguro también cenarían las puertas de mi alma. Y yo, vidente como cualquiera, me dispuse a correr desnudo por los caracoles del bosque congelado. El nevado y blanco Bosque del Amor.
Pero aparecieron nuevamente los lobos. Me buscaban, eran hábiles, corrían por detrás y no podía librarme de ellos. Era raro, porque estábamos todos corriendo, y yo estaba muy agitado, pero cuando los veía ellos aparecían siempre estáticos. Y esos ojos fijos. Mirando deseosos. Pero estáticos. Hambrientos. Inamovibles.

Pasé un rato corriendo y los perdí. Pero aparecieron de nuevo. Como por arte de magia. Me miraban de forma inocente, pero también como si me estuvieran invitando. A una cena, seguramente.
Me vi en la obligación de atacarles. Eran tan tiernos, pero debía atacarles. Como Chun-Li les daba veintisiete patadas por segundo.

Eso, despertóme. Al abrir los ojos me di cuenta que estaba pateando, en vez de a los lobos, a las piernas de mi amor.

Y me abrazó. Me miró fijamente por detrás.

Frío.
Hambriento.
Desnudo.
Estático.

(c) Ricardo H. Ortiz

Los Revelados

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Venidas del silencio, me sacian las muertes desnudas que sitúo con dientes en mi esternón.

Sombras de lenguaje me cubren como una túnica, yo levito desnudo en el bosque, errante. Soy mordido por vocablos de consuelo. Amigos con formas de demonio (mejor dicho: demonios vestidos como amigos) me arrancan el pelo y los ojos. ¡Mi novio, mi novio! El volcán sube de mi entrepierna hasta la voz, yo exploto girando, gritando, destruyo todo lo que existe.

Le hago el amor a los fragmentos y mi energía creadora hace de nuevo el mundo. Pero no perdono.

Y tu cuerpo, tu cuerpo.

Tu caída sube sobre mí.

Lleno de amor, ya no hay más afueras ni adentros.

(c) Ricardo Ortiz

08/01/2014

English: Battle of the Nudes; against a backdr...

Battle of the Nudes; c.1470-95 Engraving, on paper washed pink Inscription Content: Signed on a tablet hanging from a tree at the far l: ‘OPVS ANTONII POLLAIOLI FLORENTINI’ Height: 416 millimetres (trimmed along l and r edges and along bottom) Width: 594 millimetres (Photo credit: Wikipedia)

 

Yo danzaba desnudo sobre el hielo dorado en constante evolución.

Y llego como un caballo al templo del amor, preguntándome por qué en el ajedrez la casilla de la muerte siempre es rosa.

* * * * * * * *

A veces el tiempo es un consolador de lava.

* * * * * * * *

Sus ojos me bajaron la defensa y me pegaron con crítico, dejándome sin HP.
La cercanía de su cuerpo me llenó de auras.

* * * * * * * *

Yo iba disfrazado de muerte disfrazado de ángel disfrazado de prostituta disfrazada de santo erecto disfrazado de albañil bien dotado en mares de espumante erección hasta que llovieron sobre los cuerpos desnudos impermeables de esperma que llamamos preservativos. A los cuales lamimos hasta la muerte, que nos llevó con hadas, cantando.

* * * * * * * *

El actor porno me abrió sus nalgas como si fuera una boca.

Yo le cité a Sade por detrás a troche y moche toda la noche. Y le descerrajé todos sus orificios sin perdón.

Cuando hubo terminado el acto nos dimos cuenta que estábamos en público. Y se eso aconteció por la lluvia blanca con la que nos atacaron los varones del lugar.
Como Neo de Matrix esquivábamos los lechazos para que no nos dieran en el ojo.

Yo le ponía el pecho a las balas.
El actor porno abría la boca.

Quizás éramos los dos la misma persona.

* * * * * * * *

En el banco, cuarenta mil señoras me ultiman los oídos. Poco entiendo de su damnación, de su perpetuo modo de quejarse y de sufrir.
40.000 poetas me entregaron el culo a mí, que me tiro de cabeza y de culo a la fuente de la poesía.

Esta vez sin agua.

* * * * * * * *

Mis ojos calan calas.
Ya no sé si mis ojos florecen calando,
o calantes las flores cincelean mi mirar.

* * * * * * * *

La diamantina paja pone en cola de espera a las demás obligaciones. Me sumergieron en un mar de vergas y culos y no pudieron asquearme. Me masturbaba riéndome de las fantasías que nadie dijo.

Eclipsado, me reí amputándome las extremidades fálicas que se volatilizaban en agudos hippies.

La nada tomó sentido.

* * * * * * * *

Mi papagayo quedó paralelepípedo cuando mi sexo fue penetrado violentamente por la Verdad Absoluta.

Mi cerebro eyaculaba personas a cuadritos mientras mi pene quedaba calante.

rho.

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Cascada

A veces hacemos el amor cantando, llorando, buscando, otras veces abrazando, tipeando, comiendo, mensajeando, pero quiero hacer el amor corriendo, haciendo la vertical, cortando papelitos, lavando los platos, durmiendo.

¡Haciendo el amor dentro del amor significó tantas veces tu silencio!

Ajustes

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Erupción

Mysteria

El sacerdote flota desnudo en medio de la iglesia.

Ríe y brilla, como cantando.

Mientras tanto, algo en el mundo se rompe. Se quiebra.

Mientras tanto, todo en el universo sufre un casamiento.

 

(C) Ricardo Ortiz