EL ANILLO Y EL DRAGÓN

Yo quería aumentar el poder de mi magia erótica y sexual. Me había cansado de trabajar con palabras, así que me fui a Dracconia a buscar el Anillo de Cunningling Door.

La guardiana del anillo era una diosa, Cunninlinda. Debía asesinarla y buscar a un dragón letal: el Dragón Doblefellaticon. Fue muy fácil matar a Cunninlinda. Me aproximé a su altar haciendo gestos con mi lengua, ella bajó la guardia, entró en divino éxtasis. Y ahí le clavé el puñal, entre sus gemidos y espasmos. Al escuchar su llamado de cópula, místico y hechizante, llegaron muchos machos, armados con espadas, escudos, harpones y ballestas.

Yo me puse el Anillo de Cunninlingdoor y se abrieron nuevos sentidos. Pude invocar al Dragón Doblefellaticon con sólo nombrarlo. Se armó con espirales de fuego, en el aire. Tenía ese nombre porque tenía dos miembros gigantes, uno en el sexo y el otro en la boca. Sólo habían dos formas de matarlo: a una de ellas nadie la había intentado, y la otra era hacerle un doble fellatio. Yo iba a probar la primera forma de matarlo, la que nadie conocía y me era dado saberlo por el poder del Anillo.

Apenas apareció ante mí el dragón Doblefellaticon me derribó en el acto. Él metió su lengua por mi boca, su pene bucal me llegó a la garganta y esto era exquisito. Con su segunda lengua me rozaba el ano. ¡Ah, ya me salían luces y rosas por todos los orificios! Vi que los bárbaros me miraban y esto me hizo flotar. Ellos rompieron sus armaduras en la entrepierna, y yo estaba en trance.

El dragón me sacaba sus lenguas y se volvía a adentrar. ¡Yo sentía que me hacía seis coma nueve hijos por segundo! Y en el décimo segundo, el Anillo del Cunninlingus comenzó a brillar.  Entonces saltó un científico de la nada, gritando «Esa es la Constante Universal del Macho» y volvió con sus fórmulas al reactor sexual.

¡Me di cuenta de lo que él quería, porque tenía adentro los poderes del Dragón Doblefellaticon! El científico quería recrear el orgasmo de Dios, pero yo sólo veía esos tubos gigantes con una sustancia lechosa, que parecía semen luminoso. Como semen de dragón.

Y el dragón que me estaba dando magia y amor por todos lados. Yo gritaba «No lo maten, ¡no! ¡Es mi esposo! ¡Mi marido, es! Hasta que se acaben los signos». Yo estaba férvido, con la lengua afuera, loco, con los ojos en trance, y el dragón me sacudía como a una alfombra empolvada. Mi cuerpo ya se estaba rasgando y él se salió, para mirarme fijo a los ojos, en el momento que antecede al orgasmo. Cayó una lágrima en mis labios. En ese momento él entró de nuevo, por ambos lados. Y vi cómo lo atravesaba un arpón plateado. Yo grité, llegando al orgasmo.

Pero éste era un orgasmo vengativo y tenebroso. Con un aura negra y maléfica yo brillaba.

Y corrí para asesinar los bárbaros, con mis dos terribles falos. Los iba a hacer sufrir. Los iba a hacer llorar. No les dejaría siquiera fuerzas para gritarme Basta.

(C), de Ricardo H. Ortiz
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Sexograma mental

Yo estaba en el espacio exterior violando a las palabras que tenían una tipografía perfecta.

No podía evitarlo, volaba hacia ellas y… ¡Chaca, chaca, chaca!

Las palabras se desgranaban, se rompían, y formaban un «¡NO!» que era también otra hermosa palabra (que quería violar).

Yo me quedaba con su voz y las tatuaba en mi cuerpo, para que alguien entrara en mí por sus luminosos hashtags.

 

 

(c), de Ricardo H. Ortiz
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